martes, 3 de septiembre de 2013

¿En qué quedamos?

La cruel guerra civil que tiene lugar en Siria está llegando a unos extremos realmente malignos. Lo último ha sido, al parecer (todavía hay alguna duda al respecto), la utilización de armas químicas contra la población civil por parte del gobierno (¿o de los rebeldes que luchan contra él?; el asunto no está completamente claro).

Ante esto, numerosos medios y políticos occidentales han clamado por una intervención externa que detenga la danza de la muerte en Siria. Esa intervención sólo puede estar liderada por Estados Unidos, ya que únicamente este país tiene los recursos y los medios necesarios para imponerse en Siria sin correr un grave riesgo. Es decir, cuando se pide la intervención extranjera, se está solicitando, aunque sea con la boca pequeña, la involucración directa de Estados Unidos en el conflicto.

A la vista de la situación, los mismos numeros medios y políticos occidentales a los que antes aludía claman para que Estados Unidos no intervenga en Siria. Aducen que eso sólo serviría para aumentar el sufrimiento de la población. Es un argumento de peso, desde luego. Pero yo, si fuera Estados Unidos, estaría preguntándome si voy a la guerra o no, sólo para darme cuenta de que no hay respuesta posible a este interrogante. Si me involucro, me llamarán imperialista y me acusarán de preocuparme únicamente por mis intereses; si sigo cruzado de brazos, dirán que soy un insensible y que no intervengo porque en Siria no hay petróleo que me interese.

Así que, ¿en qué quedamos? ¿Por qué no nos aclaramos antes nosotros, los occidentales, y luego pedimos ayuda, si concluimos que es necesaria, a Estados Unidos?

Un patinazo en Riazor

En distintas ocasiones he hablado del maravilloso comportamiento del público que asiste al estadio de Riazor. Este comportamiento está relacionado prioritariamente con la actitud de los espectadores hacia el Real Club Deportivo de La Coruña. Pero podría hacer comentarios muy similares a propósito del trato que el público dispensa a los jugadores y al equipo rival (salvo en lo que se refiere al Celta de Vigo, por aquello de la tremenda rivalidad que ambos conjuntos, y sus respectivas ciudades, se profesan).

Sin embargo, ese comportamiento no fue tan maravilloso con motivo del reciente Trofeo Teresa Herrera, en el que el rival del conjunto herculino fue el Real Madrid, en cuyas filas milita Cristiano Ronaldo. Un sector mayoritario de espectadores dedicó feroces insultos y gritos al jugador portugués durante el tiempo que éste permaneció en el terreno de juego, sin que Cristiano, apático y poco participativo, hubiera hecho nada para llamar la atención (ni para bien, ni para mal).

Cristiano Ronaldo no me cae bien y, contra la opinión mayoritaria, pienso que no es tan buen futbolista como se suele pensar. Pero eso no justifica (ni en su caso, ni en el de ningún otro jugador) el trato que recibió en Riazor. La actitud de ensañamiento de parte del público hacia él no es digna de unos espectadores que tantas veces se han distinguido por su actitud ejemplar. Deseo fervientemente que no se repita.