lunes, 6 de febrero de 2012

Audrey Hepburn y la "Historia de una monja"

Este fin de semana vi Historia de una monja y la película me impresionó. Se trata de una obra dirigida por Fred Zinnemann en 1959 y protagonizada por Audrey Hepburn. Está basada en la historia real de una monja belga. Había oído hablar de ella en numerosas ocasiones, pero nunca me había animado a verla. Siempre había considerado a Hepburn una buena actriz, pero un tanto extraña. Su carácter aparentemente delicado y frágil, aunque pródigo en simpatía, le da, en mi opinión, un cierto tono empalagoso a sus películas (Desayuno con diamanes, Cómo robar un millón). Incluso llega a suavizar demasiado a Humphrey Bogart en Sabrina. Teniendo en cuenta este prejuicio, imaginaba Historia de una monja como un relato amable sobre las vivencias de una religiosa más bien etérea. Sin embargo, yo estaba completamente equivocado.

La película resume el durísimo duelo que una persona mantiene consigo misma durante diez años. La monja entra en el convento (en 1930) animada por un propósito doble: servir a Dios y perfeccionarse, y servir a sus semejantes poniendo a su disposicíón sus profundos conocimientos de enfermera (es ayudante de quirófano, especializada en enfermedades tropicales). Pero ambos objetivos entran en conflicto: las normas de la orden le exigen renunciar a sí misma, dominar su orgullo y ser una humilde sierva de Dios dispuesta a obedecer sin rechistar lo que le indican sus superioras. De hecho, éstas, para llevar a la monja por el camino de perfección, sólo acceden a su deseo de ir al Congo a regañadientes y por un tiempo relativamente corto. Llamada de nuevo a Bélgica, el estallido de la Segunda Guerra Mundial y la invasión del país por los alemanes, que matan a su padre cuando atendía a unos refugiados, deciden el resultado del cruel conflicto que tortura internamente a la monja; una tortura que llega a ser percibida por las personas más próximas a ella, quienes le aconsejan que sea menos dura y rígida consigo mismo.

Son muchas las películas que tratan de conflictos psicológicos. Pero en todas las que recuerdo hay un elemento externo: la inminente llegada de un bandido en Solo ante el peligro (por citar otro título de Zinnemann), la presencia de un capitán inútil y paranoico en Escala en Hawai (Mr. Roberts, de John Ford), o la tensión de una sala cerrada (Doce hombres sin piedad, de Lumet), por citar algunos ejemplos. En Historia de una monja el elemento externo, que sí existe, carece de importancia. La monja quiere cumplir los dos objetivos y va desesperándose progresivamente a medida que comprueba que no logra dominar su naturaleza más profunda. El resultado final es un relato desgarrador, de intensidad creciente y cada vez más emotivo.

No voy a negar que en este resultado tiene una gran influencia el excelente planteamiento de la película por parte de Zinnemann. Pero el factor clave es Audrey Hepburn. Su interpretación es tan sensacional que nos hace creer que el sufrimiento de su personaje es el que nosotros experimentamos. Empieza como una chica, poco más que una adolescente, de clase alta, tímida, religiosa e intrínsecamente feliz y acaba como una mujer de poco más de treinta años, destrozada, aniquilada por sí misma. La película nos muestra como avanza esa transformación en el rostro de Hepburn. Vestida con ropas de monja, con la obligación de llevar las manos metidas en las mangas del hábito y forzada a andar de la forma más discreta posible, disuadida de hablar más de lo estrictamente imprescindible, Hepburn sólo cuenta con su rostro como recurso expresivo. Y hace maravillas con él, siempre de forma contenida, pero palpable, hasta hacernos pensar que la mujer que termina la película es completamente distinta de la que la empezó. Vamos percibiendo su evolución, pero somos incapaces de precisar qué ha cambiado en su rostro de una secuencia a la siguiente. Es decir, algo así como lo justamente opuesto a la sobreactuada y gesticulante Meryl Streep.

Y ¿qué quieren que les diga? A mí me gusta y me convence mucho más Audrey Hepburn. Aunque me haya dejado todo el fin de semana con una fuerte sacudida emocional.

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