domingo, 31 de octubre de 2010

Y vamos...

El sábado 30 de octubre de 2010, a eso de media mañana, me llamó Marusela. Su marido, Alfonso, acababa de unirse al grupo de los que hemos recibido serios avisos de que la muerte llega en cualquier momento.

Alfonso había ido de Ferrol a Madrid para un curso de empresa. El miércoles cayó desmayado fulminantemente. Lo había tumbado un aneurisma en la aorta. Él ignoraba que lo tenía; nunca se había hecho una ecografía o un TAC que pudieran ponerlo de manifiesto. La pérdida de sangre fue importante, llegando a inundarle la pleura y dificultándole la respiración. Permanece en coma inducido en el Hospital Clínico de Madrid y los médicos aguardan que su respiración mejore.

Desde lo mío de finales de 2006 han caído Pilar (cáncer de mama) y María Jesús, en Madrid, y ahora Alfonso. Ellas se recuperaron, pero ya quedaron marcadas, como yo. Parece como si el cielo estuviera desplomándose sobre nuestras cabezas sin motivo aparente. Alfonso ha dejado de fumar hace muchos años, hace footing con frecuencia, sólo se toma dos cañas cada vez que quedamos a cenar, mantiene casi intacta la tableta estomacal de su juventud y está bien de peso. Pero tenía un aneurisma que decidió explotar un miércoles en Madrid.

¿Qué nos pasa? Cinco matrimonios que duran desde hace más de veinte años. Todos con hijos. Titulados universitarios los dos miembros de cada pareja. Situación económica desahogada (envidiable en los tiempos que corren). Excelente formación cultural. Vidas sin excesos... y nos asaltan las cosas más inesperadas, con las que no habíamos contado jamás a la edad que tenemos.

Alfonso, por los más de 35 años que hace que somos amigos, por tu mujer y tus hijos, porque no tiene gracia, por favor. Sal de ésta igual que los otros tres que te precedimos.

Algo así como orgullo

El viernes 29 de octubre 2010 tuvieron lugar los primeros actos conmemorativos de los 25 años de funcionamiento de la Escuela de Ingeniería de Telecomunicación (antes, Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Telecomunicación) de la Universidad de Vigo.



Por la mañana hubo un acto institucional en el que Abel Caballero, alcalde de Vigo, logró hablar cinco minutos sin decir ninguna tontería. Tampoco dijo nada relevante, pero lo otro, conociéndole, ya es todo un mérito digno de mención.

Lo bueno fue la charla de veinte minutos que dio Aníbal Figueiras. Fue el director comisario que puso en marcha la Escuela y en la actualidad, además de ser catedrático en la Universidad Carlos III de Madrid, es presidente de la Real Academia de Ingeniería de España. Una conversación que tuve con él en 1989 fue responsable en gran medida de que yo acabara aceptando la oferta que me hacían para ser profesor en la Escuela de Vigo, trabajo que inicié en diciembre de ese mismo año. Como es costumbre en él, utilizó su ilimitada capacidad dialéctica, sus conocimientos enciclopédicos y su vasta experiencia en el mundo de las telecomunicaciones para hilar un discurso tan ameno como duro (con instituciones y alumnos) y dar a los políticos que formaban la mesa presidencial (Caballero incluido) una clase práctica de cómo se habla en público.

Como intermedio, CGM, JRFB, JJPA y yo fuimos a comer a Casa Esteban (en Sanguiñeda). La excusa era un viaje relámpago de AAR, que también fue profesor de la Escuela en sus primeros años (después se fue a la Carlos III). En aquella época, los cuatro compartimos muchas aventuras con él. Ahora vamos un poco viejos.

Por la noche, cena por todo lo alto en el hotel Pazo de los escudos. Compartimos una mesa de seis JRFB, AMO, MFB (faltaron RH y esposa, que, al parecer, no se encontraban bien) y yo con D. y L., dos doctores de Gradiant que habían sido alumnos nuestros y con los que ahora trabaja mi hijo ESL. Lo pasamos bastante bien. Yo, ya muy cansado, me marché a eso de las doce y media, pero aún faltaban el café y las copas.



Para todos los actos estaban convocadas unas dos mil quinientas personas, todas las que han tenido o tienen relación con la Escuela. En la cena no llegábamos a doscientos, pero habían venido los suficientes ex-alumnos de fuera como para que se les notase. Hay algunos malos rollos, sobre todo entre algunos profesores que seguimos en el centro, pero ninguno salió a relucir en la cena. A mí no suelen gustarme los eventos comparativos; he estado en los suficientes como para percibir que la mayor parte de la gente se siente forzada y que prefiere estar en otro lado. Sin embargo, no capté esa sensación el viernes. Al contrario, creí notar bastante camaradería y algo así como una sensación de orgullo por haber hecho un buen trabajo con la Escuela.

lunes, 25 de octubre de 2010

El horror de Buried

Ayer fui con mi hijo ASL a ver Buried (no sé por qué se empeñan en mantener el título original de la película cuando su traducción al castellano, Enterrado, es inmediato). Conozco a varias personas que no quisieron verla alegando que sentirían claustrofobia al ver a un tipo metido en un ataúd durante noventa minutos. Y, hombre, algo claustrofóbica sí que resulta porque toda la película ocurre dentro del ataúd, sin la menor incursión en el exterior del mismo.

Sin embargo, pese a lo que pueda pensarse, el horror de Buried no está ahí, al menos en mi opinión. El único actor está en una situación tan angustiosa porque era uno de los conductores de los camiones que formaban un convoy en Irak. Habiendo sido atacados, el tipo tiene pinta de ser el único superviviente y sus captores lo han metido en el ataúd para pedir un rescate por él a la embajada de Estados Unidos. El hombre dispone de un teléfono móvil y un mechero zippo, cuya llama utiliza el director de la película para mostrarnos su rostro.

A lo largo de la película, se suceden las conversaciones por el móvil. Y es en tales conversaciones donde radica el horror. El hombre habla con telefonistas despistados, el FBI, su familia, una unidad de rescate de rehenes en Irak, un alto cargo de su empresa y sus captores mientras su tiempo de vida se va agotando por falta de aire. Cada conversación es más horrible que la anterior. Toda la estupidez y la crueldad de la guerra van haciéndose patentes con una nitidez estremecedora. En medio del humor negro, las equivocaciones tontas y los gestos bienintencionados de ayuda van saliendo a relucir el odio, la incompresión, la avaricia, el egoísmo, el sadismo y un sinfín de otras virtudes por el estilo que la guerra exacerba hasta hacérnolas más intolerables que el simple hecho de que el pobre hombre esté encerrado en un ataúd.

Más que la famosa asignatura de Educación para la ciudadanía me pregunto si no sería recomendable que los alumnos vieran películas como Apocalypse now, En tierra hostil o Buried. Tal vez así nuestos instintos congénitos de hacer el bestia se mitigaran un poco.

lunes, 18 de octubre de 2010

Los fantasmas del pasado

Hay bastante gente que sostiene que los españoles deberíamos sentirnos orgullosos por muchas de las cosas asociadas al descubrimiento y posterior conquista de América (difusión del castellano, expansión de la civilización, etcétera). Yo no estoy de acuerdo. Si aceptamos esa pretensión, me parece lógico que también nos sintamos avergonzados por la existencia de la Inquisición o por la Guerra Civil de 1936-39. No sé si me creerán, pero les doy mi palabra de honor de que no tuve ninguna responsabilidad ni en la una, ni en la otra. Así que, si no voy a sentirme culpable por estos sucesos, tampoco me parece lógico henchirme de orgullo por lo que mis antepasados hicieron o dejaron de hacer en América.

Trujillo (Cáceres), junio 2009


Los sucesos históricos van asociados a unas circunstancias concretas y deben ser juzgados conforme a ellas. Por ejemplo, si hablamos de la esclavitud en el siglo XVI, no podemos condenarla de acuerdo con nuestros parámetros actuales, ya que tal práctica era la cosa más natural del mundo en esa época. Por tanto, sugiero que dejemos lo pasado como está y que esquivemos cualquier sentimiento de orgullo o de culpabilidad al respecto.

¿O es que alguien espera con un mínimo de fundamento que los alemanes de hoy en día vayan con la cabeza baja y entonando el mea culpa porque sus abuelos fueron entusiastas seguidores de Hitler?

Corrección

En la entrada que escribí el 12 de octubre de 2010 hice referencia a X. L. Francos Grande, cuando en realidad debería haberme referido a X. L. Franco Grande. Pido disculpas por el error y los inconvenientes que pueda haber causado.

domingo, 17 de octubre de 2010

¡Por caridad, deme una subvención!

España es el paraíso de las subvenciones. Hay subvenciones para la compra de coches, para el gasóleo de automoción, para la edición de periódicos y libros, para la rehabilitación de casas antiguas, para la realización de películas (algunas de las cuales jamás llegan a ser proyectadas en el cine), para la organización de exposiciones y congresos (yo recibí subvenciones oficiales para organizar un par de congresos), para sostener una orquesta sinfónica prácticamente en cada pueblo, para el transporte público, a la organización de conciertos de Madonna, Sabina o U2 (por ejemplo), a clubes deportivos profesionales, a la enseñanza y la sanidad (las carencias de la enseñanza y la sanidad públicas tienen soluciones mejores que la de subvencionar centros privados, pero no voy a extenderme ahora en eso porque mi amiga B. dice que mis entradas son excesivamente largas), a la promoción del turismo, a las televisiones públicas, a la iglesia católica (deberíamos ser sus afiliados quienes la mantuviésemos y el estado limitarse a pagar por los gastos que generan ciertas actividades sociales -mantenimiento y operación de albergues o comedores sociales-), a la realización de procesiones (aunque sólo contemos las horas extras que hay que pagar a los policías que asumen el servicio de seguridad), a los sindicatos, a los partidos políticos y a todo tipo de empresas públicas y privadas por cumplir los requisitos más peregrinos. Si usted no tiene una subvención es sencillamente porque no la ha solicitado.

También hay subvenciones a grandes corporaciones internacionales que imponen condiciones draconianas para instalarse en el país. Sospecho que, con ésas, no hay más remedio que tragar, pero la subvención correspondiente podría ser compensada con contrapartidas que a la multinacional no le supondrían un esfuerzo significativo, mientras que sí contribuirían al desarrollo de la industria local.

Evidentemente, todas estas subvenciones salen de nuestros bolsillos vía impuestos. Y lo malo del asunto es que el Estado no nos da la libertad de permitirnos decidir en cuáles queremos participar y en cuáles no. Aunque yo odie el fútbol, tengo que soportar que el ayuntamiento de mi ciudad mantenga, a coste cero para el club, el estadio municipal en el que juega el equipo local. Aunque sea ateo, debo contribuir al mantenimiento de la iglesia católica. Y, aunque no soporte la televisión, estoy obligado a incluir en mis impuestos una parte para las televisiones públicas. No hay que ser un intelectual de primera para percatarse de que el sistema es profundamente injusto y nada democrático.

Pero es que hay algo peor todavía. Curiosamente, España es a la vez uno de los países más subvencionadores de Europa (casi me atrevo a decir que de todo el mundo) y uno de los menos productivos del continente. Ambas cosas están directamente relacionadas. El empresario español, que no se distingue precisamente por su sagacidad y su ingenio, dedica mucho más tiempo a buscar subvenciones que a organizar adecuadamente su empresa de forma que el trabajo de los empleados sea más productivo. ¿Por qué deberá esforzarse en mejorar la productividad si lo que deja de ganar porque ésta es muy baja lo compensa con subvenciones por esto y lo de más allá?

Lo de las subvenciones parece algo totalmente asumido. Tanto es así que, cuando recientemente el gobierno anunció las medidas que iba a aplicar para reducir el déficit (las que, en teoría, dieron lugar a la huelga del 29 de septiembre), no incluyó entre ellas nada ni remotamente parecido a un tijeretazo en las subvenciones. Y es que, desafortunadamente, el viejo tenía toda la razón del mundo cuando dijo que lo dejaba todo atado y bien atado. Porque la cultura de las subvenciones nació, se consolidó y creció con el franquismo.

A todo esto, no sé de ningún empresario que, habiendo reclamado y obtenido subvenciones para superar una época de crisis, se haya sentido moralmente obligado a devolver parte de aquéllas cuando su empresa, tras salir del pozo, entró en un periodo de bonanza. ¿Qué más quieren que les diga?

martes, 12 de octubre de 2010

El Nobel que irritó a un tipo de izquierdas

Leo La Voz de Galicia todos los días desde hace más de cincuenta años. Incluso en una época (andaría yo por los diez o doce) en que la situación económica en mi casa era bastante achuchá y mis padres aplicaron una política drástica de recorte de gastos logré salvar el periódico de la lista de artículos a suprimir.Y, ya puestos a precisar, debo decir que falté a mi cita diaria con el periódico durante los dieciocho años que pasé en Madrid estudiando, trabajando, casándome y teniendo hijos; entonces el periódico no llegaba a la capital.

Una de las cosas por las que me gusta La Voz es porque suele conceder espacio a distintos tipos de opiniones. Por resumir su tendencia para quienes no lo conozcan, puede decirse que es liberal-conservador y galleguista (no nacionalista), pero sus páginas incluyen artículos de autores nacionalistas, izquierdistas o simplemente apolíticos. Uno de los que se apartan de la línea oficial del diario es X. L. Francos Grande, que publica todos los lunes un artículo en gallego con el que pretende defender distintos aspectos de lo que él considera su patria. Se trata de un señor relativamente mayor (he visto diversas fotografías de su rostro arrugado por la edad) con el que personalmente discrepo. A título de ejemplo, diré que ha lanzado duros ataques contra el Tribunal Constiitucional por recortar algunos contenidos de la nueva versión del Estatuto de Cataluña; no es preciso ser un lince para deducir que su posición está motivada por el deseo de que Galicia disponga algún día de un Estatuto similar al que fue aprobado por el parlamento catalán, y ello con independencia de que algunos de sus contenidos sean más o menos justos.

El lunes pasado, 11 de octubre de 2010, Francos repasaba la lista de Premios Nobel de Literatura concedidos a autores que escriben o escribieron en castellano. Bramaba, y yo con él, con los galardones concedidos a dos escritores mediocres, por no decir francamente malos, como fueron José Echegaray y Jacinto Benavente. Olvidaba, no sé si inadvertidamente o con plena conciencia, a Camilo José Cela, de quien yo salvaría, y eso con reparos, un par de obras (insuficientes para hacerlo merecedor del Nobel); tal vez Francos compartía mi opinión, pero le podía el hecho de que Cela fuera gallego (un gallego muy sui generis porque yo no recuerdo haberle oído o leído una palabra en gallego, pero hay gente para quien el lugar de nacimiento es lo que realmente importa). Y, finalmente, se despachaba a gusto contra Mario Vargas Llosa, a quien se ha concedido el Nobel de Literatura de este año.

Ahora bien, ¿creerán ustedes que la crítica de Francos se debía a la calidad literaria del peruano? Pues están muy equivocados. Vargas Llosa es inaceptable para Francos porque es un neocon y un amigo personal de Margaret Thatcher, entre otros méritos de similar calaña. Para Francos, que la Academia Sueca haya premiado a un personaje de semejante catadura sólo es un indicativo de que simpatiza con los movimientos imperialistas y opresores del mundo occidental.

En primera instancia, quedé muy sorprendido ante las críticas de Francos. Empezando por lo más trivial, admito que el escribidor es conservador; de hecho, él mismo lo ha reconocido explícitamente en diversas ocasiones. Pero, como mínimo, ha sido siempre un conservador correcto y educado, que jamás ha faltado al respeto a nadie, lo cual es mucho más de lo que puede decirse de una gran mayoría de personajes públicos, conservadores o no. En segundo lugar, y abordando aspectos más serios, Vargas Llosa puede ser todo lo conservador que quiera de boquilla, pero en algunas de sus obras (La ciudad y los perros, La guerra del fin del mundo -que, para mí, es su novela más lograda-, La fiesta del chivo) no deja muy bien paradas, sino todo lo contrario, a diversas dictaduras de derecha hispanoamericanas. El Vargas Llosa de esas novelas ejerce una crítica dura, tenaz e implacable contra las injusticias y la prepotencia de algunos regímenes políticos hispanoamericanos. Parece más que evidente que su amistad con Thatcher no le ha puesto una venda en los ojos sobre lo que ocurre en el mundo.

Finalmente, el argumento de Francos para criticar el fallo del Nobel es de una puerilidad que asusta. En definitiva, viene a decir que, dado que fulanito de tal es antipático, no es posible reconocerle ningún mérito. Vamos, es algo así como si yo, que siempre critiqué a John Lennon por liarse con la intrigante y aparentemente mala persona que es Yoko Ono, negara cualquier mérito a una canción tan extraordinaria como Imagine, compuesta precisamente cuando el amor entre Lennon y la japonesa de triste recuerdo estaba en su punto más cálido. En otras palabras, aunque Francos tuviera toda la razón del mundo al criticar la ideología de Vargas Llosa, ¿qué relación guarda eso con sus méritos como escritor? Será todo lo impresentable que usted quiera, señor Francos (que ya he dicho que no lo es), pero escribe como los ángeles (bueno, dejando a un lado La casa verde e Historia de Mayta), aunque sean obras menores y predominantemente humorísticas como La tía Julia y el escribidor o Pantaleón y las visitadoras, y eso por no mencionar novelas como Conversación en la catedral o Lituma en los Andes.


Foto hecha por PLE. La Coruña, septiembre de 2010

La actitud y los razonamientos de X. L. Francos Grande son típicos de muchos españoles que se catalogan a sí mismos como de izquierdas. Por cierto, que Francos sea de izquierdas y nacionalista se me escapa totalmente. La doctrina marxista tradicional, de la que emana, lo reconozca o no, cualquier teoría actual de izquierdas hace referencia a los "proletarios de la Tierra" y considera los estados y las naciones como entes artificiales impuestos por el capital opresor. Por consiguiente, cuando me dicen que tal o cual partido es nacionalista y de izquierdas, algo cruje en mi interior. Entiendo al Partido Nacionalista Vasco (PNV) o a Convergencia i Uniò (CiU), que son más de derechas que el Partido Popular (PP), pero no al Bloque Nacionalista Galego (BNG) y a Francos.

Y es que, desafortunadamente, la izquierda española basa todos sus esfuerzos en impedir que la derecha gobierne o tan siquiera se acerque al poder. En España no ocurre como en los países europeos democráticos más antiguos, en los que tanto izquierda como derecha quieren gobernar, pero aceptan con absoluta naturalidad que lo hagan los rivales si han alcanzado más votos. Aquí no; aquí hay que imponer un cordón sanitario para impedir que el PP alcance el poder. Y, si para lograrlo es preciso coaligarse con fuerzas nacionalistas (que van a lo suyo) o con pequeños partidos derechistas locales, se hace, sin importar si eso es coherente o no con una visión izquierdista del mundo.

Esto ha sido particularmente evidente en los últimos años, en los que José Luis Rodríguez Zapatero, en sus papeles de líder del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y presidente del gobierno, junto con sus adláteres, ha puesto lo más granado de sus esfuerzos en tender trampas al PP o en descubrirle casos de corrupción, reales o inventados, pero no ha pensado ni por un momento en asuntos como hacer un sistema impositivo más justo, aumentar la eficacia recaudatoria de la Hacienda pública, eliminar dispendios suntuarios, mejorar la administración de la justicia o la atención médica, establecer un sistema de enseñanza que premie el esfuerzo en lugar de intentar igualar a todos por abajo, o promover un plan sólido de investigación y desarrollo. Eso sí sería hacer una política de izquierdas, de la que está bien necesitada el país, mientras que cosas como la Alianza de Civilizaciones, la ley de paridad, la ley de violencia machista o la financiación de obras públicas innecesarias (reposición de aceras y farolas en el plan E) no dejan de ser brindis al sol, y las subvenciones a las madres de los recién nacidos, a las familias de personas dependientes, a los jóvenes que intentan independizarse o a quienes han agotado sus prestaciones por desempleo añaden el insulto a la ineficacia.

De todos modos, quizá no debe criticarse a Zapatero por este modelo de actuación. A fin de cuentas, no ha hecho más que seguir las líneas de la herencia adquirida, a la que tanta admiración rinde, según su propia confesión en diversos momentos. La izquierda lleva actuando en España de la misma forma durante todo el siglo XX y lo que va transcurrido del XXI. La evidencia más clara está en lo ocurrido durante la Guerra Civil. El Frente Popular constituido en 1936 no tenía más programa que impedir que volviera a ganar las elecciones la derecha. Y, una vez producida la sublevación militar  (véase, entre otros, el libro de Stanley G. Payne, ¿Por qué la República perdió la guerra?), la izquierda se fraccionó ent cuatro tendencias: la que componían mayoritariamente los anarquistas de la FAI-CNT y el ala caballerista del PSOE, que pretendían instaurar de forma inmediata un sistema revolucionario; los comunistas del POUM, que se inclinaban por una República Soviética; el ala prietista del PSOE, que pretendía mantener una apariencia de sistema parlamentario, pero negando toda participación en el mismo a los partidos de derecha, y los comunistas del PCE, que subordinaban todo al objetivo prioritario de ganar la guerra. El PCE era la única entidad que tenía claros sus objetivos y que trataba de imponerlos a los demás (aniquilando al POUM, por ejemplo), pero su prepotencia llegó a irritar a los restantes, que, en los últimos días del conflicto, organizaron una sublevación, mandada por el coronel Segismundo Casado, contra aquél.

Es decir, la estrategia de la izquierda española sólo contempla dos puntos: aplastar a la derecha por cualquier medio legal o ilegal, y dividirse en múltiples facciones, cada una de las cuales persigue un objetivo intrascendente, utópico, inalcanzable o claramente perjudicial para los intereses generales de la sociedad (¿o alguien piensa seriamente que, si hubiera triunfado el modelo revolucionario en la Guerra Civil, hoy viviríamos mejor?). Con personas que piensan como EEA, a quien me referí en otra entrada, o como X. L. Francos Grande, no habrá jamás un verdadero gobierno de izquierda en España.

Y que conste que, como insinué más arriba, estoy convencido de que hoy por hoy es lo que más necesita el país.

domingo, 10 de octubre de 2010

Las venganzas de mis hijos

He debido de portarme muy mal con mis hijos porque me están atacando con toda la furia de la que son capaces; al menos, los dos mayores.

La chica fue quien inició las hostilidades; era la primera que accedía a la universidad. Cuando le llegó el momento de elegir titulación, optó por Químicas. Y en ese mismo instante la tierra se abrió bajo mis pies.

Yo había estado matriculado en diversas asignaturas relacionadas con la química durante el bachillerato y el primer curso de la carrera. Conocía la materia y siempre había obtenido buenas calificaciones en ella. Pero la odiaba; la odiaba a muerte.



El hermano Aga. era una bellísima persona y realmente sabía química, pero dormía a las ovejas en sus clases de química en el colegio marista en el que hice el bachillerato. El hermano Agu., colega del anterior, no sabía nada de química (lo suyo era la literatura), pero durante un curso se empeñó en torturarnos con la formulación en una hora que teóricamente teníamos libre. Y para qué recordar a los profesores de química que me correspondieron durante el primer curso de carrera. Uno de ellos se anticipó a Alfredo Urdaci (aquel presentador de telediarios que, condenado a leer un comunicado ante las cámaras, se refirió a Comisiones Obreras como "ce punto, ce punto, o punto, o punto") aludiendo al descubridor del electrón como "jota punto, jota punto, tomson".

Sin embargo, debo dejar claro que mi antipatía a la química no se debía únicamente a profesores como los que acabo de mencionar. Eran sus propios contenidos lo que me resultaba insoportable. Podía moverme con cierto interés por la parte relativa a la estructura atómica, era capaz de soportar sin entusiasmo pero con tranquilidad la parte que trata de la química inorgánica, y ya patinaba entre alucinaciones cuando llegaba a la química orgánica y debía distinguir entre cetonas, alcoholes, jabones, éteres, ésteres y demás familias de productos. Aquel batiburrillo me obligaba a fiarme exclusivamente de la memoria para saber las propiedades de unos y otros, y nunca fui partidario, ni entonces como alumno, ni ahora como profesor, de semejante táctica para adquirir conocimientos.

Mi hija, MSL, estaba al corriente de mi antipatía profunda hacia la química. Pese a ello, la escogió como su ámbito de trabajo. Hoy, cuando trabaja en su tesis doctoral, no puedo olvidar el horror que me ha causado cada vez que estamos juntos.

ESL, mi segundo hijo, se inclinó, tras unos titubeos iniciales, por la ingeniería de telecomunicación. Por si alguien sospecha lo contrario, aclararé que no me produjo ningún tipo de satisfacción personal el hecho de que eligiera la titulación que yo había cursado. Siempre he deseado y me he esforzado en lograr que mis hijos sean personas responsables y me ha resultado indiferente que tuvieran unos estudios u otros (excepto Químicas) o incluso ninguno. En ningún caso el título universitario (o la falta de él) da la medida de una persona.

Pero, volviendo al tema de esta entrada, la elección de ESL tenía la ventaja de que no me provocaba ninguna sensación de rechazo, como la que me causó la decisión anterior de su hermana. Sin embargo, esa tranquilidad se acabó esta semana, cuando el chico me dijo que había sido admitido para cursar un máster en matemáticas avanzadas en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Había dado precisamente con el segundo objeto de mis fobias más profundas.

Como ingeniero, entiendo y asumo la importancia de las matemáticas. Además, siempre se me dieron muy bien. De hecho, cuando estudiaba el segundo curso de la carrera era capaz de hacer integrales sin utilizar papel y lápiz. Pero ha llegado a sacarme de quicio la interpretación que se está dando a las matemáticas en ciertos ámbitos. Para mí, la matemática es una herramienta para describir el mundo físico con un lenguaje comúnmente aceptado, no una bola de cristal que nos permite ver las partes de dicho mundo que todavía están ocultas a nuestro conocimiento. En otras palabras, primero es el mundo físico y luego vienen las matemáticas, no al revés. Y los técnicos y científicos actuales parecen empeñados en llevarme la contraria.

Wolfgang Pauli introdujo el concepto de energía negativa en la descripción de los niveles atómicos porque una de las ecuaciones que manejaba permitía soluciones negativas; y se quedó tan tranquilo, ajeno a las innumerables complicaciones que nos han traído sus malditas energías negativas. Lo mismo que le ocurrió a una alumna mía que, haciendo un examen de una asignatura que entonces yo impartía en quinto curso de carrera, obtuvo para el espesor de una capa de un dispositivo semiconductor una distancia superior a la que hay entre el Sol y la Tierra. Y dejó la solución así, tal como la halló, sin añadir ningún comentario que revelase que semejante resultado le producía siquiera una sombra de inquietud. En la actualidad, y desde hace varios años, doy una asignatura muy simplona de primer curso. Insisto a mis alumnos para que piensen en el significado de los circuitos que someto a su consideración (es decir, que razonen cualitativamente sobre el papel que juegan los distintos elementos) antes de lanzarse a utilizar calculadoras o programas de simulación. Pero es inútil; ellos primero hacen números... y luego no los interpretan. Temo el día, que llegará, en que uno de ellos me diga que la frecuencia de resonancia de tal circuito tiene un valor negativo (para los profanos, es como si digo que una emisora de radio opera a menos ochocientos megahercios). Y mi hijo acaba de sumarse al bando de mis enemigos.

¿Por qué lo hace? Está trabajando y ganando dinero. Está cursando un máster de telecomunicaciones que acabará conduciéndolo al doctorado. ¿Qué necesidad tenía de meterse en más berenjenales, sobre todo si esos berenjenales son de los que me producen pesadillas horribles?

La única respuesta que puedo hallar es que se venga de mí, igual que lo hizo antes su hermana. ¿Dónde habré podido equivocarme al educarlos?; ¿equivocarme tanto? Sólo me queda esperar que mi tercer y último hijo no siga el mismo camino horrible que están trazando los dos mayores.

domingo, 3 de octubre de 2010

En el filo del tiempo (fragmento 1)

Los chicos se alejaron, remisos, y Carmen se transformó en Nada.

Durante un momento imperceptible, probablemente de menor duración que el tiempo de Planck, Carmen captó la ironía de la situación. Hacía muchos años que había dejado de tener cualquier relación con la física fundamental, pero su formación básica en aquella disciplina seguía estando en su mente. Por eso, todavía entonces, cuando ya llevaba más de dos décadas trabajando en otro tipo de proyectos científicos, leía de vez en cuando algún libro de divulgación sobre las nuevas teorías que intentaban, siempre sin conseguirlo, unificar la gravedad con las otras tres fuerzas fundamentales. Y no había dejado de sentirse molesta al comprobar que en muchos de ellos se aludía a supuestas fluctuaciones de la Nada para explicar el Big bang.

No era que Carmen rechazara de plano la idea de las fluctuaciones. No le gustaba, pero podría llegar a admitirla. Hawkng la había utilizado para justificar la radiación que supuestamente emana de los agujeros negros. Carmen no compartía ese planteamiento, pero estaba dispuesta a aceptarlo si le proporcionaban argumentos más sólidos que los exhibidos por Hawking. Es decir, fluctuaciones tal vez... pero en el vacío, en todo caso, no en la Nada.

Para Carmen, el vacío, la ausencia total de cualquier partícula material, poseía algunas características objetivables, como una cierta cantidad de espacio-tiempo o su equivalente en unidades energéticas. Por tanto, no era descartable, al menos no como idea de principio, que pudiera fluctuar y dar origen a partículas materiales.

Pero la Nada es la Nada, pensaba Carmen; algo muy distinto del vacío. En la Nada no había espacio-tiempo, ni energía, ni materia. Ni siquiera leyes físicas. La Nada era la ausencia de todo lo concebible, algo de lo que no puede tenerse conciencia, y que no puede ser caracterizado experimentalmente de ninguna forma. Aquella distinción radical entre vacío y Nada era algo que Carmen siempre había tenido muy clara. Y ahora tenía la constancia que antes siempre había negado. Porque ella misma se había convertido en Nada.

Primero había sido el dolor, una sensación que se dispersaba entre otras muchas: la necesidad de llegar pronto al hospital, que atendieran rápido a David, mitigar el impacto sobre los hijos. Poco a poco la sensación se había ido concentrando, despojándose de los elementos que antes la habían acompañado. Así fue quedando el dolor aislado, un dolor que crecía y crecía, que retorcía todo su cuerpo y se concentraba en su mente, aumentando incesantemente su densidad, como si fuera la acumulación de energía en la bola primordial que acabaría explotando en el Big bang. Y, ya finalmente, incapaz de seguir soportando tal concentración de dolor, la bola había estallado y ella había salido del universo para entrar en la Nada. El universo hecho de dolor ya no existía y sólo quedaba Carmen, incapaz de sentir, de percibir, de pensar. Carmen era la Nada y la Nada era Carmen.