miércoles, 15 de diciembre de 2010

Preguntas inquietantes

Es cierto que los controladores aéreos españoles se han ganado a pulso la tremenda antipatía que siente hacia ellos la mayoría de sus conciudadanos. Puede (sólo puede) que el gobierno hubiera hecho lo que debía declarando el estado de alarma para acabar con la desfeita que los susodichos organizaron en el puente de la Inmaculada Constitución. Pero ya es muy cuestionable que el gobierno intente prolongar la vigencia de ese estado (lo conseguirá con los votos en el Congreso de CiU y PNV) para, eso dice, prevenir una repetición de la jugada en las vacaciones de Navidad.

De hecho, parece como si Zapatero desconociese la Constitución o como si le gustase saltársela o al menos bordearla. Ya lo hizo, con la aquiescencia del PP, en el caso de la aprobación de la ley que impone a los maltratadores penas mayores que a las maltratadoras (podía haberse arreglado añadiendo la agravante de utilización de una fuerza física muy superior, con lo que se cubrirían numerosas situaciones hipotéticas); la ley introduce una discriminación explíicita, que está expresamente prohibida por la Constitución. Volvió a hacerlo simpatizando con los catalanes en sus reclamaciones sobre el Estatuto; de nuevo, tenemos una discriminación entre españoles por causa de su lugar de residencia. Y ahora la declaración del estado de alarma, que no se justifica, de acuerdo con los términos constitucionales, con la posible gravedad de los hechos que pretende impedir; a lo mejor yo no lo he entendido bien y en realidad se trata de algo parecido a la película Minority report, en la que te condenan antes de cometer el delito. En este caso, Zapatero ya sabe a ciencia cierta que los controladores están decididos a volver a armarla en navidades.

Todo esto bastaría para censurar a cualquier gobernante en cualquier país. Pero el asunto adquiere mayor gravedad si se tiene en cuenta que Zapatero es licenciado en Derecho y que, en el escaso tiempo en el que vivió en el mundo real antes de volcarse en la política, ejerció de profesor ayudante en ese mismo campo. ¿A ustedes no les plantea ninguna pregunta inquietante esta extraña relación entre la licenciatura en Derecho y el gusto por violar la ley suprema? A mí sí. Muchas.

Pero eso no es todo. Preguntados al respecto, la mayoría de los españoles manifiestan su conformidad con la declaración del estado de alarma partiendo de la premisa de que hay que dar "leña al controlador hasta que aprenda el catecismo". Y olvidan, olvidamos, que el estado de alarma supone la suspensión de determinados derechos democráticos. Con el estado de alarma declarado, el gobierno puede militarizar a los controladores, pero también puede hacerlo con cualquier colectivo que se cruce en su camino. Vamos, que usted, igual que yo, vive con una espada de Damocles sobre su cabeza, a expensas de que el gobierno decida incluirlo o no en su lista de indeseables. En otras palabras, el estado de alarma es una más de las muchas antesalas que conducen (no necesariamente, debo reconocerlo) a la dictadura. Y nosotros tan contentos. Así que no se extrañen si me pregunto por la posibilidad de que a los españoles nos gusten las dictaduras. A fin de cuentas, Franco fue uno de los escasísimos dictadores que murió en su cama y no derrocado por el pueblo.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Maldad, pura maldad

Como ya dije en otras ocasiones, hay mucha gente que prefiere culpar a los grandes elementos (la banca, el complejo industrial-armamentístico y el imperialismo estadounidenses, la Iglesia Católica, los hipócritas suizos, los cabezas cuadradas alemanes, la Federación Española de Fútbol y los árbitros, etcétera) de todo lo que va mal. Yo no creo que todos esos entes sean seres angelicales y que se les acusa injustamente. Pero sostengo que los españoles deberíamos mirarnos un poco a nosotros mismos. Vean, si no, con qué entusiasmo nos entregamos a practicar los pecados capitales.

Coincidiendo con el puente de la Inmaculada Constitución, los controladores aéreos se han puesto en huelga salvaje para conservar unas prebendas que el gobierno pretendía recortar mínimamente. Pecado capital: avaricia, mucha avaricia.

Haciendo la compra en el supermercado esta mañana, constaté que dos señoras hablaban de los controladores descontrolados. Una de ellas lamentaba la situación solidarizándose con toda la gente a la que han chafado sus deseos de viajar o le han estropeado sus planes de minivacaciones. La otra replicó con furia:

-¡Pues yo no lo siento para nada! Se iban de vacaciones, ¿no? ¡Pues que se j... ! Yo tampoco puedo ir de vacaciones.

Pecado capital: todos. En grado máximo.

Los españoles somos malas personas que vivimos en un país maldito y soportamos una clase política infame. La banca, el complejo industrial-... etcétera, etcétera no son peores que nosotros. Como mucho, son iguales. Y es que resulta imposible exhibir un grado de maldad superior al que manifestó la buena señora.

jueves, 2 de diciembre de 2010

Todo lo que usted siempre quiso saber sobre...

... la crisis y no se atrevió a preguntar... o no lo entendió cuando se lo explicaron.

Tengo un amigo, AMO, culto, inteligente y con muchos conocimientos que ofrece una explicación a la crisis. Según él, el sistema capitalista es una mierda y está mal diseñado (el modelo es insostenible), y quienes lo mangonean son un partida de animales avariciosos completamente faltos de escrúpulos. Para AMO, la crisis no es más que el resultado inevitable de esta combinación de elementos nocivos, como también lo es que la paguen las clases más desfavorecidas (los poderosos no sólo no pierden, sino que incluso siguen ganando fortunas).

Comparto parte de su análisis y sus conclusiones, pero prefiero otra explicación, mucho más pedestre, como podrán comprobar si siguen leyendo hasta el final.

El primer y más importante culpable es la brutal ignorancia de un grupo de banqueros estadounidenses. Independientemente de cualquier otra consideración, carecen de los mínimos conocimientos elementales de economía y sociología para llevar a cabo correctamente su trabajo. En una equivocación de proporciones cósmicas, diseñaron unos productos bancarios que fueron conocidos más tarde como bonos basura o activos tóxicos. AMO está convencido de que lo hicieron por avaricia, por ser más inmensamente ricos de lo que ya lo eran. Probablemente es correcta su suposición. Pero eso no cuenta; no importan en absoluto sus motivaciones. El caso es que hicieron lo que hicieron por pura y solemne estupidez. Si tuvieran un mínimo de luces, jamás habrían jugado a aprendices de brujo con esos productos; las posibilidades de que los llevaran a un desastre absoluto eran muy gordas (eso no ocurrió por culpa de otro factor, que mencionaré más adelante). Quisieron hacer un puente para ganar más dinero y les salió un monolito vertical que no sirve para nada. Por pura, absoluta y estúpida ignorancia.

Hasta ahí el problema se podía haber quedado en Estados Unidos. Sí, habría repercusiones en otras partes, desde luego, pero aquéllas no serían ni la mitad de graves de lo que han resultado ser. La bola de nieve creció hasta donde lo hizo porque los banqueros europeos no quisieron ser menos estúpidos e ignorantes que sus colegas americanos. Compraron los productos envenenados y se quemaron. Cuando se dieron cuenta de lo que pasaba, ya era muy tarde. No sólo no crecía la economía (aunque algunos avispados siguieran haciéndose de oro), sino que los vientos del desastre arrasaban la ya existente.

El segundo factor decisivo fue la inconmovible estupidez de los políticos. Ciñámonos al caso español, que es el que nos interesa. Nuestros políticos no sólo no reaccionaron a tiempo cerrando bancos e incautándose de sus propiedades, sino que ayudaron a esas entidades a salir de la crisis. Los bancos recibieron ingentes fondos públicos (un premio a lo mal que lo habían hecho), que aquéllos utilizaron para cualquier cosa menos para ayudar a quienes la crisis había dejado más desprotegidos. Además, hicieron todo lo contrario de lo que recomienda cualquier manual elemental de economía: promovieron subvenciones a mansalva, aumentaron los impuestos a las clases menos pudientes (a los ricos, no), se lanzaron a obras públicas innecesarias... Nada de aumentar la presión fiscal a los más poderosos, de recortar los gastos de las autonomías, de perseguir a los defraudadores, de ayudar a las empresas pequeñas, de fomentar la creación de empresas innovadoras, de reducir la burocracia. En una demostración tras otra de estupidez supina, el gobierno no sólo no contuvo la crisis, sino que llevó a España al borde del abismo... del que pretende alejarnos congelando las pensiones o retrasando la edad de jubilación.

Finalmente, reconozcámoslo, el tercer factor somos nosotros, los propios ciudadanos (españoles, de nuevo). No admitimos nada que no sea el empleo fijo, esperamos que nos suban el sueldo todos los años, cogemos una baja laboral a la menor oportunidad, estamos encantados de prejubilarnos, disfrutamos de una enseñanza media patética (no vaya a ser que alguien estudie y luego tenga una idea), cambiamos de coche a la menor oportunidad, especulamos con la vivienda ("compro hoy por veinte millones de pesetas y vendo mañana por cuarenta"), jaleamos a los defraudadores y defraudamos nosotros mismos si creemos que no van a pillarnos, apoyamos a políticos y sindicatos impresentables... Conozco a un tipo de menos de treinta años, pequeño empresario con dinero, que utiliza la sanidad pública, circula por las carreteras españolas y lleva su hija a un colegio público que dice que lo de pagar impuestos es un robo. Y cuando le replicas que, si no pagas impuestos, no tienes esos servicios, te dice todo convencido que ya lo paga el estado dándole a la máquina de hacer billetes. Bien, ese chico es un poco ignorante, pero hay muchas personas que piensan como él.

Así que ya lo ven. Estamos donde estamos porque básicamente somos (banqueros, políticos y público en general) estúpidos e ignorantes. Aunque parezca mentira, nuestra estupidez y nuestra ignorancia superan a y son más perniciosas que la avaricia, la falta de ética, la insolidaridad y cualquier otro de los vicios a los que AMO recurre para explicar la crisis.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Orgulloso de tus hijos

Hoy, al regresar a casa desde la Escuela, coincidí con M. en el ascensor. Es de los pocos vecinos que, como mi familia y yo, reside en el edificio desde que adquirió la condición de habitable. Unos pocos años mayor que yo, es un individuo bastante peculiar. Creo que, de vez en cuando, algo le funciona mal en el cerebro; de hecho, tiene la baja laboral (supongo que definitiva) por incapacidad desde hace mucho tiempo. Cuando funciona correctamente, es una persona amable, que sabe hacer gala de su muy amplia cultura para hablar de casi cualquier cosa. Cuando lo poseen sus demonios, se encierra en sí mismo, parapetado tras un gesto hosco, y no habla con nadie.

En el momento de entrar en el ascensor me dijo, sonriente:
-¡Sí que te han salido bien tus hijos! Todos con sus títulos y el futuro prácticamente resuelto -lo decía a modo de halago, como si me obligara a sentirme orgulloso de lo bien que yo los había moldeado.
Ni me pregunté cómo sabía él la situación de mis hijos; aquí se sabe todo. Tampoco me cuestioné sus dotes adivinatorias acerca de lo que espera a mis vástagos en el tiempo por venir. Simplemente, me sentí triste, muy triste.

Mis hijos (marzo 2006). Foto de estudio

La mayor, MSL, es licenciada en Química, ha cursado varios másters, y actualmente es becaria en su facultad de la Universidad de Vigo, donde está trabajando en su tesis doctoral. El mediano, ESL, es ingeniero de Telecomunicación y trabaja en un centro de investigación público asociado a la Escuela, donde también espera concluir su tesis doctoral. El pequeño, ASL, es técnico superior en Imagen y Sonido y actualmente cursa segundo de Periodismo.

Es muy posible que, a primera vista, la mayor parte de la gente coincida con la apreciación de mi vecino. Pero yo no comparto ese punto de vista. Evidentemente, me alegro de que mis hijos estén triunfando, si es que podemos definirlo así, pero no tengo nada claro que eso se deba a mi influencia o a la de su madre. De acuerdo, tanto ella como yo queríamos para ellos algo como lo que ya han hecho y nuestro comportamiento y nuestra actitud han estado enfocados a ese objetivo. Pero ni teníamos un plan definido, ni fuimos revisando etapas en el proceso de educación. Salieron como salieron y punto. También queríamos, mi mujer y yo, que fueran ordenados y más responsables con sus deberes en la casa; y eso no lo logramos bajo ningún concepto.

Es decir, alguna influencia sí tuvimos, pero ¿cuánta? Ni la más remota idea. Puestos a eso, me alegro mucho más de que sean las excelentes personas que son que de todos sus logros académicos. Y tampoco sé en qué medida atribuirme el mérito en ese aspecto.

Sospecho que en muy poca. Y eso me lleva de vuelta a M., mi vecino. Tiene una hija que es más o menos de la edad de ASL. Por lo que yo sé, no se dedica a nada, ni trabaja en nada. Sólo luce tipo y conjuntos de lo más fashion y da la impresión de pretender seguir así toda la vida. En las palabras de M. había, creí detectarla, una comparación implícita entre lo que yo había logrado con mis hijos y lo que él había conseguido con la suya, comparación en la que él salía perdiendo. "¿En qué me equivoqué?", podía estar pensando perfectamente.

Eso fue lo que me puso triste. Como acabo de decir, no creo haber tenido mucha influencia en lo que hicieron mis hijos. Por tanto, supongo que tampoco tiene demasiada lo que M. hizo en el estilo de vida de su hija. No tiene por qué culpabilizarse. No tiene por qué arrastrarse por su teórico fracaso. Seguro que lo intentó lo mejor que supo, pero las cosas no salieron como él esperaba. Por eso le dije:

-Los padres no tenemos tanta influencia como algunos piensan.

No sé si mi frase le ayudó. Pero su gesto derrotado pesó en mí, en ese momento, más, mucho más, que todas las alegrías que me he llevado gracias a mis hijos.

domingo, 31 de octubre de 2010

Y vamos...

El sábado 30 de octubre de 2010, a eso de media mañana, me llamó Marusela. Su marido, Alfonso, acababa de unirse al grupo de los que hemos recibido serios avisos de que la muerte llega en cualquier momento.

Alfonso había ido de Ferrol a Madrid para un curso de empresa. El miércoles cayó desmayado fulminantemente. Lo había tumbado un aneurisma en la aorta. Él ignoraba que lo tenía; nunca se había hecho una ecografía o un TAC que pudieran ponerlo de manifiesto. La pérdida de sangre fue importante, llegando a inundarle la pleura y dificultándole la respiración. Permanece en coma inducido en el Hospital Clínico de Madrid y los médicos aguardan que su respiración mejore.

Desde lo mío de finales de 2006 han caído Pilar (cáncer de mama) y María Jesús, en Madrid, y ahora Alfonso. Ellas se recuperaron, pero ya quedaron marcadas, como yo. Parece como si el cielo estuviera desplomándose sobre nuestras cabezas sin motivo aparente. Alfonso ha dejado de fumar hace muchos años, hace footing con frecuencia, sólo se toma dos cañas cada vez que quedamos a cenar, mantiene casi intacta la tableta estomacal de su juventud y está bien de peso. Pero tenía un aneurisma que decidió explotar un miércoles en Madrid.

¿Qué nos pasa? Cinco matrimonios que duran desde hace más de veinte años. Todos con hijos. Titulados universitarios los dos miembros de cada pareja. Situación económica desahogada (envidiable en los tiempos que corren). Excelente formación cultural. Vidas sin excesos... y nos asaltan las cosas más inesperadas, con las que no habíamos contado jamás a la edad que tenemos.

Alfonso, por los más de 35 años que hace que somos amigos, por tu mujer y tus hijos, porque no tiene gracia, por favor. Sal de ésta igual que los otros tres que te precedimos.

Algo así como orgullo

El viernes 29 de octubre 2010 tuvieron lugar los primeros actos conmemorativos de los 25 años de funcionamiento de la Escuela de Ingeniería de Telecomunicación (antes, Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Telecomunicación) de la Universidad de Vigo.



Por la mañana hubo un acto institucional en el que Abel Caballero, alcalde de Vigo, logró hablar cinco minutos sin decir ninguna tontería. Tampoco dijo nada relevante, pero lo otro, conociéndole, ya es todo un mérito digno de mención.

Lo bueno fue la charla de veinte minutos que dio Aníbal Figueiras. Fue el director comisario que puso en marcha la Escuela y en la actualidad, además de ser catedrático en la Universidad Carlos III de Madrid, es presidente de la Real Academia de Ingeniería de España. Una conversación que tuve con él en 1989 fue responsable en gran medida de que yo acabara aceptando la oferta que me hacían para ser profesor en la Escuela de Vigo, trabajo que inicié en diciembre de ese mismo año. Como es costumbre en él, utilizó su ilimitada capacidad dialéctica, sus conocimientos enciclopédicos y su vasta experiencia en el mundo de las telecomunicaciones para hilar un discurso tan ameno como duro (con instituciones y alumnos) y dar a los políticos que formaban la mesa presidencial (Caballero incluido) una clase práctica de cómo se habla en público.

Como intermedio, CGM, JRFB, JJPA y yo fuimos a comer a Casa Esteban (en Sanguiñeda). La excusa era un viaje relámpago de AAR, que también fue profesor de la Escuela en sus primeros años (después se fue a la Carlos III). En aquella época, los cuatro compartimos muchas aventuras con él. Ahora vamos un poco viejos.

Por la noche, cena por todo lo alto en el hotel Pazo de los escudos. Compartimos una mesa de seis JRFB, AMO, MFB (faltaron RH y esposa, que, al parecer, no se encontraban bien) y yo con D. y L., dos doctores de Gradiant que habían sido alumnos nuestros y con los que ahora trabaja mi hijo ESL. Lo pasamos bastante bien. Yo, ya muy cansado, me marché a eso de las doce y media, pero aún faltaban el café y las copas.



Para todos los actos estaban convocadas unas dos mil quinientas personas, todas las que han tenido o tienen relación con la Escuela. En la cena no llegábamos a doscientos, pero habían venido los suficientes ex-alumnos de fuera como para que se les notase. Hay algunos malos rollos, sobre todo entre algunos profesores que seguimos en el centro, pero ninguno salió a relucir en la cena. A mí no suelen gustarme los eventos comparativos; he estado en los suficientes como para percibir que la mayor parte de la gente se siente forzada y que prefiere estar en otro lado. Sin embargo, no capté esa sensación el viernes. Al contrario, creí notar bastante camaradería y algo así como una sensación de orgullo por haber hecho un buen trabajo con la Escuela.

lunes, 25 de octubre de 2010

El horror de Buried

Ayer fui con mi hijo ASL a ver Buried (no sé por qué se empeñan en mantener el título original de la película cuando su traducción al castellano, Enterrado, es inmediato). Conozco a varias personas que no quisieron verla alegando que sentirían claustrofobia al ver a un tipo metido en un ataúd durante noventa minutos. Y, hombre, algo claustrofóbica sí que resulta porque toda la película ocurre dentro del ataúd, sin la menor incursión en el exterior del mismo.

Sin embargo, pese a lo que pueda pensarse, el horror de Buried no está ahí, al menos en mi opinión. El único actor está en una situación tan angustiosa porque era uno de los conductores de los camiones que formaban un convoy en Irak. Habiendo sido atacados, el tipo tiene pinta de ser el único superviviente y sus captores lo han metido en el ataúd para pedir un rescate por él a la embajada de Estados Unidos. El hombre dispone de un teléfono móvil y un mechero zippo, cuya llama utiliza el director de la película para mostrarnos su rostro.

A lo largo de la película, se suceden las conversaciones por el móvil. Y es en tales conversaciones donde radica el horror. El hombre habla con telefonistas despistados, el FBI, su familia, una unidad de rescate de rehenes en Irak, un alto cargo de su empresa y sus captores mientras su tiempo de vida se va agotando por falta de aire. Cada conversación es más horrible que la anterior. Toda la estupidez y la crueldad de la guerra van haciéndose patentes con una nitidez estremecedora. En medio del humor negro, las equivocaciones tontas y los gestos bienintencionados de ayuda van saliendo a relucir el odio, la incompresión, la avaricia, el egoísmo, el sadismo y un sinfín de otras virtudes por el estilo que la guerra exacerba hasta hacérnolas más intolerables que el simple hecho de que el pobre hombre esté encerrado en un ataúd.

Más que la famosa asignatura de Educación para la ciudadanía me pregunto si no sería recomendable que los alumnos vieran películas como Apocalypse now, En tierra hostil o Buried. Tal vez así nuestos instintos congénitos de hacer el bestia se mitigaran un poco.

lunes, 18 de octubre de 2010

Los fantasmas del pasado

Hay bastante gente que sostiene que los españoles deberíamos sentirnos orgullosos por muchas de las cosas asociadas al descubrimiento y posterior conquista de América (difusión del castellano, expansión de la civilización, etcétera). Yo no estoy de acuerdo. Si aceptamos esa pretensión, me parece lógico que también nos sintamos avergonzados por la existencia de la Inquisición o por la Guerra Civil de 1936-39. No sé si me creerán, pero les doy mi palabra de honor de que no tuve ninguna responsabilidad ni en la una, ni en la otra. Así que, si no voy a sentirme culpable por estos sucesos, tampoco me parece lógico henchirme de orgullo por lo que mis antepasados hicieron o dejaron de hacer en América.

Trujillo (Cáceres), junio 2009


Los sucesos históricos van asociados a unas circunstancias concretas y deben ser juzgados conforme a ellas. Por ejemplo, si hablamos de la esclavitud en el siglo XVI, no podemos condenarla de acuerdo con nuestros parámetros actuales, ya que tal práctica era la cosa más natural del mundo en esa época. Por tanto, sugiero que dejemos lo pasado como está y que esquivemos cualquier sentimiento de orgullo o de culpabilidad al respecto.

¿O es que alguien espera con un mínimo de fundamento que los alemanes de hoy en día vayan con la cabeza baja y entonando el mea culpa porque sus abuelos fueron entusiastas seguidores de Hitler?

Corrección

En la entrada que escribí el 12 de octubre de 2010 hice referencia a X. L. Francos Grande, cuando en realidad debería haberme referido a X. L. Franco Grande. Pido disculpas por el error y los inconvenientes que pueda haber causado.

domingo, 17 de octubre de 2010

¡Por caridad, deme una subvención!

España es el paraíso de las subvenciones. Hay subvenciones para la compra de coches, para el gasóleo de automoción, para la edición de periódicos y libros, para la rehabilitación de casas antiguas, para la realización de películas (algunas de las cuales jamás llegan a ser proyectadas en el cine), para la organización de exposiciones y congresos (yo recibí subvenciones oficiales para organizar un par de congresos), para sostener una orquesta sinfónica prácticamente en cada pueblo, para el transporte público, a la organización de conciertos de Madonna, Sabina o U2 (por ejemplo), a clubes deportivos profesionales, a la enseñanza y la sanidad (las carencias de la enseñanza y la sanidad públicas tienen soluciones mejores que la de subvencionar centros privados, pero no voy a extenderme ahora en eso porque mi amiga B. dice que mis entradas son excesivamente largas), a la promoción del turismo, a las televisiones públicas, a la iglesia católica (deberíamos ser sus afiliados quienes la mantuviésemos y el estado limitarse a pagar por los gastos que generan ciertas actividades sociales -mantenimiento y operación de albergues o comedores sociales-), a la realización de procesiones (aunque sólo contemos las horas extras que hay que pagar a los policías que asumen el servicio de seguridad), a los sindicatos, a los partidos políticos y a todo tipo de empresas públicas y privadas por cumplir los requisitos más peregrinos. Si usted no tiene una subvención es sencillamente porque no la ha solicitado.

También hay subvenciones a grandes corporaciones internacionales que imponen condiciones draconianas para instalarse en el país. Sospecho que, con ésas, no hay más remedio que tragar, pero la subvención correspondiente podría ser compensada con contrapartidas que a la multinacional no le supondrían un esfuerzo significativo, mientras que sí contribuirían al desarrollo de la industria local.

Evidentemente, todas estas subvenciones salen de nuestros bolsillos vía impuestos. Y lo malo del asunto es que el Estado no nos da la libertad de permitirnos decidir en cuáles queremos participar y en cuáles no. Aunque yo odie el fútbol, tengo que soportar que el ayuntamiento de mi ciudad mantenga, a coste cero para el club, el estadio municipal en el que juega el equipo local. Aunque sea ateo, debo contribuir al mantenimiento de la iglesia católica. Y, aunque no soporte la televisión, estoy obligado a incluir en mis impuestos una parte para las televisiones públicas. No hay que ser un intelectual de primera para percatarse de que el sistema es profundamente injusto y nada democrático.

Pero es que hay algo peor todavía. Curiosamente, España es a la vez uno de los países más subvencionadores de Europa (casi me atrevo a decir que de todo el mundo) y uno de los menos productivos del continente. Ambas cosas están directamente relacionadas. El empresario español, que no se distingue precisamente por su sagacidad y su ingenio, dedica mucho más tiempo a buscar subvenciones que a organizar adecuadamente su empresa de forma que el trabajo de los empleados sea más productivo. ¿Por qué deberá esforzarse en mejorar la productividad si lo que deja de ganar porque ésta es muy baja lo compensa con subvenciones por esto y lo de más allá?

Lo de las subvenciones parece algo totalmente asumido. Tanto es así que, cuando recientemente el gobierno anunció las medidas que iba a aplicar para reducir el déficit (las que, en teoría, dieron lugar a la huelga del 29 de septiembre), no incluyó entre ellas nada ni remotamente parecido a un tijeretazo en las subvenciones. Y es que, desafortunadamente, el viejo tenía toda la razón del mundo cuando dijo que lo dejaba todo atado y bien atado. Porque la cultura de las subvenciones nació, se consolidó y creció con el franquismo.

A todo esto, no sé de ningún empresario que, habiendo reclamado y obtenido subvenciones para superar una época de crisis, se haya sentido moralmente obligado a devolver parte de aquéllas cuando su empresa, tras salir del pozo, entró en un periodo de bonanza. ¿Qué más quieren que les diga?

martes, 12 de octubre de 2010

El Nobel que irritó a un tipo de izquierdas

Leo La Voz de Galicia todos los días desde hace más de cincuenta años. Incluso en una época (andaría yo por los diez o doce) en que la situación económica en mi casa era bastante achuchá y mis padres aplicaron una política drástica de recorte de gastos logré salvar el periódico de la lista de artículos a suprimir.Y, ya puestos a precisar, debo decir que falté a mi cita diaria con el periódico durante los dieciocho años que pasé en Madrid estudiando, trabajando, casándome y teniendo hijos; entonces el periódico no llegaba a la capital.

Una de las cosas por las que me gusta La Voz es porque suele conceder espacio a distintos tipos de opiniones. Por resumir su tendencia para quienes no lo conozcan, puede decirse que es liberal-conservador y galleguista (no nacionalista), pero sus páginas incluyen artículos de autores nacionalistas, izquierdistas o simplemente apolíticos. Uno de los que se apartan de la línea oficial del diario es X. L. Francos Grande, que publica todos los lunes un artículo en gallego con el que pretende defender distintos aspectos de lo que él considera su patria. Se trata de un señor relativamente mayor (he visto diversas fotografías de su rostro arrugado por la edad) con el que personalmente discrepo. A título de ejemplo, diré que ha lanzado duros ataques contra el Tribunal Constiitucional por recortar algunos contenidos de la nueva versión del Estatuto de Cataluña; no es preciso ser un lince para deducir que su posición está motivada por el deseo de que Galicia disponga algún día de un Estatuto similar al que fue aprobado por el parlamento catalán, y ello con independencia de que algunos de sus contenidos sean más o menos justos.

El lunes pasado, 11 de octubre de 2010, Francos repasaba la lista de Premios Nobel de Literatura concedidos a autores que escriben o escribieron en castellano. Bramaba, y yo con él, con los galardones concedidos a dos escritores mediocres, por no decir francamente malos, como fueron José Echegaray y Jacinto Benavente. Olvidaba, no sé si inadvertidamente o con plena conciencia, a Camilo José Cela, de quien yo salvaría, y eso con reparos, un par de obras (insuficientes para hacerlo merecedor del Nobel); tal vez Francos compartía mi opinión, pero le podía el hecho de que Cela fuera gallego (un gallego muy sui generis porque yo no recuerdo haberle oído o leído una palabra en gallego, pero hay gente para quien el lugar de nacimiento es lo que realmente importa). Y, finalmente, se despachaba a gusto contra Mario Vargas Llosa, a quien se ha concedido el Nobel de Literatura de este año.

Ahora bien, ¿creerán ustedes que la crítica de Francos se debía a la calidad literaria del peruano? Pues están muy equivocados. Vargas Llosa es inaceptable para Francos porque es un neocon y un amigo personal de Margaret Thatcher, entre otros méritos de similar calaña. Para Francos, que la Academia Sueca haya premiado a un personaje de semejante catadura sólo es un indicativo de que simpatiza con los movimientos imperialistas y opresores del mundo occidental.

En primera instancia, quedé muy sorprendido ante las críticas de Francos. Empezando por lo más trivial, admito que el escribidor es conservador; de hecho, él mismo lo ha reconocido explícitamente en diversas ocasiones. Pero, como mínimo, ha sido siempre un conservador correcto y educado, que jamás ha faltado al respeto a nadie, lo cual es mucho más de lo que puede decirse de una gran mayoría de personajes públicos, conservadores o no. En segundo lugar, y abordando aspectos más serios, Vargas Llosa puede ser todo lo conservador que quiera de boquilla, pero en algunas de sus obras (La ciudad y los perros, La guerra del fin del mundo -que, para mí, es su novela más lograda-, La fiesta del chivo) no deja muy bien paradas, sino todo lo contrario, a diversas dictaduras de derecha hispanoamericanas. El Vargas Llosa de esas novelas ejerce una crítica dura, tenaz e implacable contra las injusticias y la prepotencia de algunos regímenes políticos hispanoamericanos. Parece más que evidente que su amistad con Thatcher no le ha puesto una venda en los ojos sobre lo que ocurre en el mundo.

Finalmente, el argumento de Francos para criticar el fallo del Nobel es de una puerilidad que asusta. En definitiva, viene a decir que, dado que fulanito de tal es antipático, no es posible reconocerle ningún mérito. Vamos, es algo así como si yo, que siempre critiqué a John Lennon por liarse con la intrigante y aparentemente mala persona que es Yoko Ono, negara cualquier mérito a una canción tan extraordinaria como Imagine, compuesta precisamente cuando el amor entre Lennon y la japonesa de triste recuerdo estaba en su punto más cálido. En otras palabras, aunque Francos tuviera toda la razón del mundo al criticar la ideología de Vargas Llosa, ¿qué relación guarda eso con sus méritos como escritor? Será todo lo impresentable que usted quiera, señor Francos (que ya he dicho que no lo es), pero escribe como los ángeles (bueno, dejando a un lado La casa verde e Historia de Mayta), aunque sean obras menores y predominantemente humorísticas como La tía Julia y el escribidor o Pantaleón y las visitadoras, y eso por no mencionar novelas como Conversación en la catedral o Lituma en los Andes.


Foto hecha por PLE. La Coruña, septiembre de 2010

La actitud y los razonamientos de X. L. Francos Grande son típicos de muchos españoles que se catalogan a sí mismos como de izquierdas. Por cierto, que Francos sea de izquierdas y nacionalista se me escapa totalmente. La doctrina marxista tradicional, de la que emana, lo reconozca o no, cualquier teoría actual de izquierdas hace referencia a los "proletarios de la Tierra" y considera los estados y las naciones como entes artificiales impuestos por el capital opresor. Por consiguiente, cuando me dicen que tal o cual partido es nacionalista y de izquierdas, algo cruje en mi interior. Entiendo al Partido Nacionalista Vasco (PNV) o a Convergencia i Uniò (CiU), que son más de derechas que el Partido Popular (PP), pero no al Bloque Nacionalista Galego (BNG) y a Francos.

Y es que, desafortunadamente, la izquierda española basa todos sus esfuerzos en impedir que la derecha gobierne o tan siquiera se acerque al poder. En España no ocurre como en los países europeos democráticos más antiguos, en los que tanto izquierda como derecha quieren gobernar, pero aceptan con absoluta naturalidad que lo hagan los rivales si han alcanzado más votos. Aquí no; aquí hay que imponer un cordón sanitario para impedir que el PP alcance el poder. Y, si para lograrlo es preciso coaligarse con fuerzas nacionalistas (que van a lo suyo) o con pequeños partidos derechistas locales, se hace, sin importar si eso es coherente o no con una visión izquierdista del mundo.

Esto ha sido particularmente evidente en los últimos años, en los que José Luis Rodríguez Zapatero, en sus papeles de líder del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y presidente del gobierno, junto con sus adláteres, ha puesto lo más granado de sus esfuerzos en tender trampas al PP o en descubrirle casos de corrupción, reales o inventados, pero no ha pensado ni por un momento en asuntos como hacer un sistema impositivo más justo, aumentar la eficacia recaudatoria de la Hacienda pública, eliminar dispendios suntuarios, mejorar la administración de la justicia o la atención médica, establecer un sistema de enseñanza que premie el esfuerzo en lugar de intentar igualar a todos por abajo, o promover un plan sólido de investigación y desarrollo. Eso sí sería hacer una política de izquierdas, de la que está bien necesitada el país, mientras que cosas como la Alianza de Civilizaciones, la ley de paridad, la ley de violencia machista o la financiación de obras públicas innecesarias (reposición de aceras y farolas en el plan E) no dejan de ser brindis al sol, y las subvenciones a las madres de los recién nacidos, a las familias de personas dependientes, a los jóvenes que intentan independizarse o a quienes han agotado sus prestaciones por desempleo añaden el insulto a la ineficacia.

De todos modos, quizá no debe criticarse a Zapatero por este modelo de actuación. A fin de cuentas, no ha hecho más que seguir las líneas de la herencia adquirida, a la que tanta admiración rinde, según su propia confesión en diversos momentos. La izquierda lleva actuando en España de la misma forma durante todo el siglo XX y lo que va transcurrido del XXI. La evidencia más clara está en lo ocurrido durante la Guerra Civil. El Frente Popular constituido en 1936 no tenía más programa que impedir que volviera a ganar las elecciones la derecha. Y, una vez producida la sublevación militar  (véase, entre otros, el libro de Stanley G. Payne, ¿Por qué la República perdió la guerra?), la izquierda se fraccionó ent cuatro tendencias: la que componían mayoritariamente los anarquistas de la FAI-CNT y el ala caballerista del PSOE, que pretendían instaurar de forma inmediata un sistema revolucionario; los comunistas del POUM, que se inclinaban por una República Soviética; el ala prietista del PSOE, que pretendía mantener una apariencia de sistema parlamentario, pero negando toda participación en el mismo a los partidos de derecha, y los comunistas del PCE, que subordinaban todo al objetivo prioritario de ganar la guerra. El PCE era la única entidad que tenía claros sus objetivos y que trataba de imponerlos a los demás (aniquilando al POUM, por ejemplo), pero su prepotencia llegó a irritar a los restantes, que, en los últimos días del conflicto, organizaron una sublevación, mandada por el coronel Segismundo Casado, contra aquél.

Es decir, la estrategia de la izquierda española sólo contempla dos puntos: aplastar a la derecha por cualquier medio legal o ilegal, y dividirse en múltiples facciones, cada una de las cuales persigue un objetivo intrascendente, utópico, inalcanzable o claramente perjudicial para los intereses generales de la sociedad (¿o alguien piensa seriamente que, si hubiera triunfado el modelo revolucionario en la Guerra Civil, hoy viviríamos mejor?). Con personas que piensan como EEA, a quien me referí en otra entrada, o como X. L. Francos Grande, no habrá jamás un verdadero gobierno de izquierda en España.

Y que conste que, como insinué más arriba, estoy convencido de que hoy por hoy es lo que más necesita el país.

domingo, 10 de octubre de 2010

Las venganzas de mis hijos

He debido de portarme muy mal con mis hijos porque me están atacando con toda la furia de la que son capaces; al menos, los dos mayores.

La chica fue quien inició las hostilidades; era la primera que accedía a la universidad. Cuando le llegó el momento de elegir titulación, optó por Químicas. Y en ese mismo instante la tierra se abrió bajo mis pies.

Yo había estado matriculado en diversas asignaturas relacionadas con la química durante el bachillerato y el primer curso de la carrera. Conocía la materia y siempre había obtenido buenas calificaciones en ella. Pero la odiaba; la odiaba a muerte.



El hermano Aga. era una bellísima persona y realmente sabía química, pero dormía a las ovejas en sus clases de química en el colegio marista en el que hice el bachillerato. El hermano Agu., colega del anterior, no sabía nada de química (lo suyo era la literatura), pero durante un curso se empeñó en torturarnos con la formulación en una hora que teóricamente teníamos libre. Y para qué recordar a los profesores de química que me correspondieron durante el primer curso de carrera. Uno de ellos se anticipó a Alfredo Urdaci (aquel presentador de telediarios que, condenado a leer un comunicado ante las cámaras, se refirió a Comisiones Obreras como "ce punto, ce punto, o punto, o punto") aludiendo al descubridor del electrón como "jota punto, jota punto, tomson".

Sin embargo, debo dejar claro que mi antipatía a la química no se debía únicamente a profesores como los que acabo de mencionar. Eran sus propios contenidos lo que me resultaba insoportable. Podía moverme con cierto interés por la parte relativa a la estructura atómica, era capaz de soportar sin entusiasmo pero con tranquilidad la parte que trata de la química inorgánica, y ya patinaba entre alucinaciones cuando llegaba a la química orgánica y debía distinguir entre cetonas, alcoholes, jabones, éteres, ésteres y demás familias de productos. Aquel batiburrillo me obligaba a fiarme exclusivamente de la memoria para saber las propiedades de unos y otros, y nunca fui partidario, ni entonces como alumno, ni ahora como profesor, de semejante táctica para adquirir conocimientos.

Mi hija, MSL, estaba al corriente de mi antipatía profunda hacia la química. Pese a ello, la escogió como su ámbito de trabajo. Hoy, cuando trabaja en su tesis doctoral, no puedo olvidar el horror que me ha causado cada vez que estamos juntos.

ESL, mi segundo hijo, se inclinó, tras unos titubeos iniciales, por la ingeniería de telecomunicación. Por si alguien sospecha lo contrario, aclararé que no me produjo ningún tipo de satisfacción personal el hecho de que eligiera la titulación que yo había cursado. Siempre he deseado y me he esforzado en lograr que mis hijos sean personas responsables y me ha resultado indiferente que tuvieran unos estudios u otros (excepto Químicas) o incluso ninguno. En ningún caso el título universitario (o la falta de él) da la medida de una persona.

Pero, volviendo al tema de esta entrada, la elección de ESL tenía la ventaja de que no me provocaba ninguna sensación de rechazo, como la que me causó la decisión anterior de su hermana. Sin embargo, esa tranquilidad se acabó esta semana, cuando el chico me dijo que había sido admitido para cursar un máster en matemáticas avanzadas en la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED). Había dado precisamente con el segundo objeto de mis fobias más profundas.

Como ingeniero, entiendo y asumo la importancia de las matemáticas. Además, siempre se me dieron muy bien. De hecho, cuando estudiaba el segundo curso de la carrera era capaz de hacer integrales sin utilizar papel y lápiz. Pero ha llegado a sacarme de quicio la interpretación que se está dando a las matemáticas en ciertos ámbitos. Para mí, la matemática es una herramienta para describir el mundo físico con un lenguaje comúnmente aceptado, no una bola de cristal que nos permite ver las partes de dicho mundo que todavía están ocultas a nuestro conocimiento. En otras palabras, primero es el mundo físico y luego vienen las matemáticas, no al revés. Y los técnicos y científicos actuales parecen empeñados en llevarme la contraria.

Wolfgang Pauli introdujo el concepto de energía negativa en la descripción de los niveles atómicos porque una de las ecuaciones que manejaba permitía soluciones negativas; y se quedó tan tranquilo, ajeno a las innumerables complicaciones que nos han traído sus malditas energías negativas. Lo mismo que le ocurrió a una alumna mía que, haciendo un examen de una asignatura que entonces yo impartía en quinto curso de carrera, obtuvo para el espesor de una capa de un dispositivo semiconductor una distancia superior a la que hay entre el Sol y la Tierra. Y dejó la solución así, tal como la halló, sin añadir ningún comentario que revelase que semejante resultado le producía siquiera una sombra de inquietud. En la actualidad, y desde hace varios años, doy una asignatura muy simplona de primer curso. Insisto a mis alumnos para que piensen en el significado de los circuitos que someto a su consideración (es decir, que razonen cualitativamente sobre el papel que juegan los distintos elementos) antes de lanzarse a utilizar calculadoras o programas de simulación. Pero es inútil; ellos primero hacen números... y luego no los interpretan. Temo el día, que llegará, en que uno de ellos me diga que la frecuencia de resonancia de tal circuito tiene un valor negativo (para los profanos, es como si digo que una emisora de radio opera a menos ochocientos megahercios). Y mi hijo acaba de sumarse al bando de mis enemigos.

¿Por qué lo hace? Está trabajando y ganando dinero. Está cursando un máster de telecomunicaciones que acabará conduciéndolo al doctorado. ¿Qué necesidad tenía de meterse en más berenjenales, sobre todo si esos berenjenales son de los que me producen pesadillas horribles?

La única respuesta que puedo hallar es que se venga de mí, igual que lo hizo antes su hermana. ¿Dónde habré podido equivocarme al educarlos?; ¿equivocarme tanto? Sólo me queda esperar que mi tercer y último hijo no siga el mismo camino horrible que están trazando los dos mayores.

domingo, 3 de octubre de 2010

En el filo del tiempo (fragmento 1)

Los chicos se alejaron, remisos, y Carmen se transformó en Nada.

Durante un momento imperceptible, probablemente de menor duración que el tiempo de Planck, Carmen captó la ironía de la situación. Hacía muchos años que había dejado de tener cualquier relación con la física fundamental, pero su formación básica en aquella disciplina seguía estando en su mente. Por eso, todavía entonces, cuando ya llevaba más de dos décadas trabajando en otro tipo de proyectos científicos, leía de vez en cuando algún libro de divulgación sobre las nuevas teorías que intentaban, siempre sin conseguirlo, unificar la gravedad con las otras tres fuerzas fundamentales. Y no había dejado de sentirse molesta al comprobar que en muchos de ellos se aludía a supuestas fluctuaciones de la Nada para explicar el Big bang.

No era que Carmen rechazara de plano la idea de las fluctuaciones. No le gustaba, pero podría llegar a admitirla. Hawkng la había utilizado para justificar la radiación que supuestamente emana de los agujeros negros. Carmen no compartía ese planteamiento, pero estaba dispuesta a aceptarlo si le proporcionaban argumentos más sólidos que los exhibidos por Hawking. Es decir, fluctuaciones tal vez... pero en el vacío, en todo caso, no en la Nada.

Para Carmen, el vacío, la ausencia total de cualquier partícula material, poseía algunas características objetivables, como una cierta cantidad de espacio-tiempo o su equivalente en unidades energéticas. Por tanto, no era descartable, al menos no como idea de principio, que pudiera fluctuar y dar origen a partículas materiales.

Pero la Nada es la Nada, pensaba Carmen; algo muy distinto del vacío. En la Nada no había espacio-tiempo, ni energía, ni materia. Ni siquiera leyes físicas. La Nada era la ausencia de todo lo concebible, algo de lo que no puede tenerse conciencia, y que no puede ser caracterizado experimentalmente de ninguna forma. Aquella distinción radical entre vacío y Nada era algo que Carmen siempre había tenido muy clara. Y ahora tenía la constancia que antes siempre había negado. Porque ella misma se había convertido en Nada.

Primero había sido el dolor, una sensación que se dispersaba entre otras muchas: la necesidad de llegar pronto al hospital, que atendieran rápido a David, mitigar el impacto sobre los hijos. Poco a poco la sensación se había ido concentrando, despojándose de los elementos que antes la habían acompañado. Así fue quedando el dolor aislado, un dolor que crecía y crecía, que retorcía todo su cuerpo y se concentraba en su mente, aumentando incesantemente su densidad, como si fuera la acumulación de energía en la bola primordial que acabaría explotando en el Big bang. Y, ya finalmente, incapaz de seguir soportando tal concentración de dolor, la bola había estallado y ella había salido del universo para entrar en la Nada. El universo hecho de dolor ya no existía y sólo quedaba Carmen, incapaz de sentir, de percibir, de pensar. Carmen era la Nada y la Nada era Carmen.

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Un país fascista

Es difícil decir con precisión qué es un país fascista. Es habitual llamar "fascistas" a las dictaduras o a los individuos de ideología derechista, pero no todas las dictaduras lo son, ni tampoco todas las personas que tienen determinados rasgos ideológicos. Pero lo que sí es cierto es que España es un país fascista.

Para entender mejor esta afirmación, pensemos por un momento en nuestro fascista (él no sólo se merecía el calificativo, sino que presumía de serlo) más conocido: José Antonio Primo de Rivera. Era tan fascista que incluso daba miedo a Franco. Cuando le ofrecieron la posibilidad de intercambiarlo por presos republicanos, Franco se negó. Le era más valioso detenido en la cárcel de Alicante (donde acabó siendo fusilado), lugar desde el que no podía interferir en sus planes. Más todavía, Manuel Hedilla, sucesor directo de José Antonio, encontró la muerte en un oscuro episodio en el que, si bien no hay pruebas contundentes al respecto, Franco desempeñó un papel relevante. Finalmente, Franco se cargó a la Falange, la organización joséantoniana, obligándola a fusionarse con las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS), una entidad que pasó por la historia con más pena que gloria.

Entre las características que José Antonio preconizaba para el fascismo estaban el rechazo de las formas monárquicas, republicanas o simplemente democráticas de gobierno, el liderazgo absoluto del jefe y, sobre todo (al menos para lo que aquí nos concierne), la utilización de la violencia sectaria contra cualquier organización rival (todas, a fin de cuentas). Pues bien, eso es lo que hacen los dos grandes sindicatos españoles: la Unión General de Trabajadores (UGT) y Comisiones Obreras (CCOO). Una vez más, hoy han lanzado sus piquetes informativos a la calle para convencer a los ciudadanos de que debíamos seguir la huelga general que habían convocado sin encomendarse ni a Dios, ni al diablo. Esos piquetes, compuestos por individuos tan musculosos como descerebrados, han utilizado la violencia indiscriminada contra empresas y simples ciudadanos para que los jefes tuvieran la desvergüenza de asegurar públicamente en televisión que el 87 % de la población ha secundado la jornada de paro. De paso, han destruido propiedades públiicas (lo cual obligará a gastar un dinero que no hay en reparar los destrozos) y privadas, y han puesto en peligro la salud de la población (al volcar contenedores repletos de basuras están abonando el terreno a distintas enfermedades). Igualito que si José Antonio hubiera logrado salir de debajo de la losa tras la que yace en la iglesia del Valle de los Caídos y hubiera puesto en marcha a sus matones.

Es la tercera huelga general que se produce en España desde la muerte de Franco. Dudo mucho que sea constitucional; a fin de cuentas, una huelga persigue la mejora de las condiciones de trabajo en una o más empresas y no sé si está contemplado que pueda utilizarse como elemento de confrontación con la política gubernamental. De todos modos, pasaré por alto estos reparos y admitiré que, en los casos de las huelgas contra Felipe González y José María Aznar la población estaba mayoritariamente a favor del paro. Pero en la situación actual más del 70 % de los españoles se oponían a la huelga y no precisamente por simpatía hacia el presidente José Luis Rodríguez Zapatero; yo particularmente no escuché decir a nadie que estuviera a favor de la huelga. Si pese a ello (y los sindicatos eran conscientes de lo que sentía la gente y del tremendo desprestigio en el que han caído desde que la crisis económica nos sacude) los piquetes se han empleado a fondo, ¿a alguien puede extrañarle que considere a UGT y CCOO organizaciones fascistas?

Lo malo es que aún hay más. González y Aznar tragaron sapos y culebras cuando soportaron sus respectivas huelgas generales. Pero Zapatero no. Uno de sus ministros dijo que alababa el comportamiento extremadamente responsable que hoy han puesto de manifiesto los sindicatos. En otras palabras, el gobierno bendice una huelga dirigida contra su política. Más claro todavía, está de acuerdo con aquéllos. Y basta una simple regla de tres para concluir que el gobierno es tan fascista como los otros.

Así que, por favor, ¡que nadie vuelva a decirme que España es un país democrático!

sábado, 25 de septiembre de 2010

Q y un batiburrillo rojo

Ayer, como todos los viernes por la tarde, coincidimos en la cafetería ELA los tres de siempre: J., EEA y yo. No tenía ganas de discutir de ningún tema y, menos todavía, de cualquiera relacionado con la política. Pero la proximidad de la huelga general, prevista para el día 29, debió de animar a EEA y empezó la reunión exponiendo algo que ya dijo más veces.

Según él, si en una empresa se somete a votación ir o no a la huelga y si el resultado es de un 51 % por ciento de trabajadores favorables al paro, el otro 49 % debe secundar la acción. Para EEA es muy injusto que los beneficios alcanzados con los sacrificios de los huelguistas (mejores condiciones salariales, por ejemplo) sean compartidos por quienes no participaron en la movilización. Así que, para evitar esta injusticia, o todos, o ninguno.

Permítanme que, antes de seguir adelante, les diga unas cuantas cosas sobre EEA. Tiene sesenta años, está prejubilado (es decir, su sueldo lo pagamos todos los que cotizamos a Hacienda, situación que a él no le causa ningún rubor) y, durante sus años mozos, participó en los duros combates que tuvieron lugar en Vigo en la época de la reconversión del sector naval, allá por la década de 1980. No tiene más estudios que los primarios, apenas ha salido de Vigo (nunca fuera de España, excepto al vecino Portugal), sólo lee el Faro de Vigo, que es un periódico que apenas llega a la categoría de hoja parroquial, no habrá leído más de diez libros en su vida, y en televisión sólo ve, de forma casi exclusiva, programas deportivos. Se considera de izquierdas y, dado que carece de bagaje cultural propio, cree que ser de izquierdas es lo que se dice en los manuales simplistas del Grupo Prisa, el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y los sindicatos. Por supuesto, no estoy sugiriendo que ninguna de estas instituciones u organizaciones escriba manuales del buen izquierdista, sino que la calidad y el rigor de los mensajes que transmiten apenas superan los de un manual para apretar tornillos. En su papel de izquierdista avant la lettre (aunque él no sepa qué significa eso), EEA está convencido de que una asamblea es el foro más adecuado para realizar una votación democrática, y no entra en su cabeza el pensamiento de que no es muy de izquierdas preferir los impuestos indirectos a los directos. En una ocasión, en la que yo le contaba viejas batallitas de mis tiempos en Madrid, le hablé de los disparos que los piquetes hicieron con bolas de acero contra los autobuses, completamente llenos, que proporcionaban el transporte escolar a niños con deficiencias psíquicas y EEA manifestó su comprensión de la actuación de los huelguistas porque, a fin de cuentas, estaban defendiendo sus puestos de trabajo (ese día aprendí que un puesto de trabajo vale más que la vida de un deficiente psíquico).

El enunciado de EEA suscitó inmediatamente el rechazo de J. y S., el dueño del ELA. Pero me tocó a mi dar forma a tal rechazo. Y basé mi argumentación, fundamentalmente, en que por encima de todo están los derechos individuales, por lo cual nadie puede privar a otro de su derecho al trabajo aunque sus compañeros quieran hacer huelga.

Además, comparé la situación con las elecciones. Si yo no voto al político A, ¿hay que dejarme al margen de las mejoras que A pueda hacer en el país sólo porque no le di mi confianza? EEA respondió, aunque no justificó, que el ejemplo no era aplicable. Y yo contraataqué preguntándole si sólo iban a valer en la discusión los símiles que reforzaran su tesis. Para entonces, la cosa se había puesto bastante tensa, con alguna que otra alusión personal (completamente improcedente) por mi parte, con lo que cortamos.

La cuestión, y de ahí esta entrada, no es lo que dijimos EEA y yo, sino algo más, que ya no salió a relucir en esa conversación. Yo estoy dispuesto a aceptar su premisa y quedarme sin los beneficios que consigan los huelguistas si no secundo su actuación. Pero pido a cambio que se me permita negociar por mi cuenta con el patrón; en otras palabras, que no se me obligue a pasar forzosamente por las horcas caudinas de la negociación colectiva. Esa sugerencia ya había sido desestimada por EEA en otra oportunidad. De nuevo el o todos, o ninguno.

Y ése es el principal problema de este izquierdismo de manual, que no tiene nada que ver con el verdadero izquierdismo; confunde la igualdad de derechos con la igualdad de situaciones. Todos tenemos derecho a la educación, pero, si yo aprovecho ese derecho y consigo labrarme un nombre en un campo determinado, no veo por qué alguien que no se esforzó tiene que reclamar para él ganar el mismo sueldo que yo. En ese aspecto, el señor Zapatero, con su izquierdismo de pandereta, ha sido todo un maestro. Para una vez que tenía dos ministros preparados en el gobierno (César Antonio Molina y Bernat Soria), los descabezó sin compasión porque estaban mucho mejor preparados que él. El socialismo progresista español, basado únicamente en manuales más simples que el mecanismo de un botijo, pone todo su empeño en igualar a todo el mundo por abajo. Y lo malo es que hay personas, como EEA, que no se dan cuenta de la tremenda injusticia que hay en todo esto.

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Q y las redes sociales

Ayer me di de baja en Facebook.

Me había incorporado a la red hace unos pocos meses. A raíz del continuo auge que estaban adquiriendo las redes sociales, me había preguntado por su interés práctico. Y no había encontrado ninguna respuesta medianamente fundada para esta cuestión. Claro que ese proceso fue exclusivamente teórico. Sin embargo, mi formación científica me hizo comprender que faltaba la comprobación práctica. Ése fue el motivo de que me diera de alta en Facebook.

Al hacerlo, la red me sugirió unos cuantos posibles amigos. Yo los conocía prácticamente a todos. Por ello, y por seguir con el experimento, les solicité que me aceptaran como amigo. El trámite se desarrolló sin incidencias. Y, ya puesto en marcha, me senté (metafóricamente hablando) a esperar a ver qué pasaba.

Enseguida pude comprobar que mi página se actualizaba todos los días. Pero las responsables de las actualizaciones eran, de forma casi exclusiva, dos personas. Con raras excepciones, proporcionadas por otros miembros de mi grupo de amigos, cada nuevo contenido en mi página había sido suministrado por una u otra (a veces, ambas el mismo día) de tales personas. Los demás se limitaban a proporcionar breves comentarios elogiosos de las nuevas historias y las nuevas fotografías. Una de esas dos personas incluso se tomaba la molestia de transcribir puntualmente lo que cada día le pronosticaba su horóscopo.

Debo puntualizar que esas dos personas son madre e hija y que residen de forma permanente, en ciudades diferentes, fuera de España. Así que comprendo perfectamente que tengan un claro interés en mantener sus contactos con sus amigos y conocidos que siguen viviendo aquí. Pero una cosa es ésa y otra muy distinta lo que ellas hacen: una relación pormenorizada de sus actos diarios. Y así un día y otro y otro... Disculpen la vulgaridad, pero sólo les quedaba por precisar cuántas veces iban al servicio cada día.

Cansado de tanta información irrelevante que no necesitaba en absoluto y, por otro lado, carente de historias propias que pudieran tener interés para otras personas, decidí que no aguantaba más y clausuré mi página en Facebook, después de concluir que la experiencia práctica no había hecho más que confirmar lo que yo ya suponía con anterioridad acerca del escaso o nulo valor tangible de las redes sociales. Y es que éstas no son, en definitiva, más que una versión pobre (eso sí, tope guay) de otras herramientas más antiguas y mejor pensadas, como son el correo electrónico, el blog o el sitio web tradicional (¿a que una empresa, que necesita recalcar su presencia en el mercado y mantener sus contactos con sus clientes, actuales y futuros, no recurre a Facebook para dar cuenta de sus actividades?). Si a eso añadimos que, por algún motivo que desconozco, las redes sociales son susceptibles de ser hackeadas (véase en la prensa de hoy lo que el virus Rainbow acaba de hacerle a la red Twitter) con relativa facilidad, ya me contarán qué interés puede tener reemplazar con Facebook o similares las herramientas que acabo de citar.

martes, 21 de septiembre de 2010

Los avisos del hombre invisible mudo

Antes de empezar cada examen en la universidad, informo a los alumnos de las normas que lo rigen: cada problema debe estar en una hoja distinta, está prohibido escribir con lápiz o tinta roja, los alumnos pueden utilizar calculadoras, apuntes, libros o colecciones de problemas, y algunos detalles más por el estilo. Además, aprovecho la ocasión para anunciar una estimación acerca de la posible fecha de salida de las notas e indicar dónde y cuando los interesados podrán revisar sus exámenes una vez publicadas las calificaciones.

Para aprovechar el tiempo, mientras suelto ese pequeño discurso, siempre repetido, un compañero mío reparte a los alumnos folios en blanco y hace circular las hojas en las que aquéllos deben firmar para dejar constancia de su asistencia al examen. Se trata, como es obvio, de dos labores completamente mecánicas, que los alumnos pueden realizar mientras yo comunico las advertencias de rigor. Por cierto, suelo terminarlas preguntando si alguien desea plantear alguna cuestión. Lo más habitual es que nadie tenga ninguna duda o, al menos, que no la manifieste.

Esta escena se repitió, como de costumbre, en el examen de la asignatura que imparto correspondiente a la convocatoria del mes de septiembre en curso y nadie me preguntó nada. Un par de días después, recibí un correo electrónico de una chica (ya habían salido las notas porque fueron pocos los alumnos que se presentaron al examen y por eso corregí los exámenes con rapidez; la chica había suspendido) en el que se decía textualmente: "Hola, quería saber cuándo es la revisión el exámen (sic) de ... y en qué despacho es".

¡Ya estaba! ¡No podía faltar! Siempre hay alguien que, a toro pasado, me pregunta por algo que he dicho claramente en público con anterioridad. Si a la chica no le quedó claro cuándo iba a ser la revisión, ¿por qué no lo preguntó cuando yo hablé del asunto en el aula, antes de empezar el examen? Y, la verdad, la única respuesta que se me ocurre es que yo soy un hombre invisible y mudo, con lo que ni mi presencia, ni nada de lo que yo dije allí llegaron a los oídos de los alumnos. Lo malo es que la cosa va yendo a peor con cada convocatoria que pasa. Los alumnos siguen teniendo los mismos reparos injustificados de siempre a preguntar cosas ante sus compañeros, pero ahora, con eso de que el profesor poco menos que está obligado a atenderlos por correo electrónico, se sienten más confiados para plantear cosas absurdas. Tal y como están evolucionando las cosas, me temo que en la próxima encuesta de la universidad, siempre tan amiga de acciones burocráticas, acerca de cómo distribuyo mi tiempo deberé contestar con algo así como: "90 % del tiempo: repetir por correo electrónico cosas que ya dijo claramente mi hermano gemelo, el hombre invisible y mudo".

Por cierto, las mujeres siempre se han reído de los hombres diciendo que somos absolutamente incapaces de hacer dos cosas simultáneamente. Eso me lleva a la sospecha inquietante de que la chica a la que me he referido más arriba es un hombre en realidad puesto que fue incapaz de poner su nombre en la hoja de firmas y simultáneamente prestar atención a lo que yo decía.

Haciendo pruebas

Ésta es la prueba